viernes, 4 de septiembre de 2015

Mira Palmira

Dicen que de la vieja y hermosa Palmira queda cada vez menos. Dicen que unas gentes de mal pensar y peor obrar la destruyen por márquetin. Dicen tantas cosas...
¡Qué mundo este! Cada vez que uno de esos tesoros insustituibles desaparece (y este no es el primero ni será el último tal como van las cosas) se nos rompe el corazón. Por eso lo hacen, porque nuestro desagarro interesa. La sensación de pérdida, de daño sin cura, es cierto y duradero. Lo que quisiera matizar es que esa sensación por perder las palmiras de todas las culturas, justa y necesaria, parece empañar la otra la que emana de las muertes de todos y cada uno de los seres humanos, tan irreparables, tan insustituíbles, tan pequeños, tan indefensos, tan valiosos, tan trascendentes... Cada niña secuestrada, esclavizada, torturada; cada joven (hombre o mujer) manipulado, "enfierecido" en el odio; cada asesinado, cada bombardeado, desterrado, perdido en el polvo... ellos son palmiras vivientes y anónimas. Ellos merecen el mismo desgarro, no, merecen más.
Pido perdón, porque me es más fácil llorar por Palmira que asumir las miles de víctimas que se amontonan tras este ejército de seres inhumanos.
No obstante, no quisiera dejar sólo un regusto amargo. Nosotros, los hombres y mujeres
que miramos de frente, que disfrutamos de las voces diferentes, de los colores del arcoiris, del pensamiento múltiple, nosotros, piedra a piedra, construimos Palmira, nosotros construiremos cuantas Palmiras sean necesarias.